Daviel Reyes

El subconsciente siempre nos sabotea

La noche calurosa se presentaba sospechosamente light, ¿otro gin tónic?, no, mala idea. El subconsciente le susurraba al oído pero él no hizo caso. Anda, quedémonos cinco minutos más en el minibar, insistió su voz interior como diablo tentador. Se levantó y cogió su chaleco, revisó los bolsillos. Sacudió su cabeza y se alborotó el cabello como intentando sacudirse al demonio que le hablaba desde sus adentros. Poca luz, libros en el suelo como si los hubieran arrojado en un arranque de decepción por no ofrecer las respuestas correctas. Romaphonic sessions de Andrés Calamaro sonaba lejano, a bajo volumen. 

Siete de la noche, la cita con Carlos Converso era siete treinta. La humedad de la ciudad de las flores le golpeó la frente al cerrar la puerta de la calle. Apresuró el paso para no hacer esperar a su entrevistado. Anduvo por la avenida Murillo Vidal a toda prisa. Oscuridad, silencio, más silencio del común. Podríamos pasar por una cerveza, dijo la voz interior, envalentonada. Hay veces que el subconsciente nos sabotea, ¿a poco no?

Ya en el nuevo Teatro La Libertad, un muñeco sentado frente a una mesa le pareció tan real que estuvo a punto de saludarlo. Cómo eres tonto, revisa esos lentes, ya va siendo hora, le dijo burlón su subconsciente. La casa vieja adaptada como teatro le pareció magnífica, adecuada y sólida. Recorrió los espacios que pudo; cómodo como un gato viejo, curioseando tras bastidores, intercambiando  un guiño de ojo con una veterana actriz que ensayaba un monólogo. Estamos en casa, se dijo Ferrer a sí mismo. Saludó al caballero elegantemente vestido, alto, cabello cano ligeramente crecido, tez blanca y con un inconfundible acento argentino. Buenas noches, maestro Carlos. Apretón de mano firme, cordial, respetuoso. 

El argentino, que se define como un titiritero mexicano, había aceptado recibirlo previo a la entrega de un reconocimiento que recibiría por parte del gremio teatral de la ciudad. Le contó que tiene más treinta años en México y más de veinticinco en Xalapa. Maestro titiritero que nunca vio una función de títeres en su infancia. Considera al muñeco como una extensión del actor, más demandante pero también más rico en posibilidades actorales. Un experimento teatral más vívido que requiere de una técnica superior pues, desde luego, tienes que dar vida a un objeto inanimado, le dijo mirándolo a los ojos. ¿Cómo se sostiene?, ¿cómo hacerlo sonreír?, ¿cómo contar una historia a través de movimientos peculiares y limitados?, preguntó Ferrer fascinado. Allí radica la maestría, respondió el titiritero con una ufana sonrisa.

Ferrer gozaba de la prueba de luces que contrastaban con la oscuridad que los envolvía. La charla era amena. Uno se vuelve un esquizofrénico, prosiguió Converso, porque uno está como dividido en dos, uno está permanentemente disociado: está, por un lado, volcado hacia el títere, tratando de transmitirle y proyectar toda la energía necesaria. Y al mismo tiempo uno no es el títere, uno es el actor que le anima al títere, entonces la consciencia de estar en el escenario siempre está dividida. Además, elevó la voz y levantó el dedo indicie como sentenciando, el títere es una cosa que solo es posible que cobre vida a través de la animación que hace el titiritero. Uno está escindido en dos, está con un ojo al gato y otro al garabato. Ambos rieron, fue una reacción honesta, a Ferrer le pareció gracioso lo dicho por Converso y se sentía lo suficientemente cómodo estando frente a él como para permitirle notarlo. 

El subconsciente notó que servían el vino en la recepción. El maestro Abraham Oceransky tomaba su lugar al frente de la concurrencia.Terminaron la conversación con una gran carcajada y un enhorabuena, maestro, por parte del periodista cultural.

Comenzó a llegar la gente. Corte de listón, sonrisas, fotografías, protocolo. La luz cálida, la duela y la pequeña multitud incrementaban el calor que sentía ¿o habrá sido el vino? Animales, señores, niños; títeres de distintos tamaños, llenos de color y de vida miraban a los asistentes que se acercaban a escudriñarlos. Más vino, bocadillos de queso crema. ¿Será que nosotros también somos títeres?, le preguntó su yo interno. No lo sé, podría ser, pensó e hizo una mueca mientras revisaba la hora. ¿Ya podemos ir a terminar de escuchar el nuevo disco? Aún no, estamos conversando. Los colegas de la fuente cultural se acercaron, invitaciones varias para iniciar el fin de semana. Las declinó todas, algo en su interior no sentía ganas de salir.  Hay veces que el subconsciente nos sabotea, ¿a poco no?