En los últimos días, he estado leyendo de el fenómeno de hostigamiento, que durante años han sufrido varias columnistas mexicanas, mujeres preparadas, investigadoras y escritoras como Maite Azuela, Denise Dresser, Pamela Cerdeira y Alma Delia Murillo, entre muchas otras por supuesto; mujeres que en muchos casos han abierto las puertas a otras que venían detrás de ellas y que han sido fuente de inspiración, para muchas jóvenes fuertes y honestas, que decidieron en algún momento investigar, ver más allá de lo evidente y dedicarse ser profesionales de la comunicación. 

Confieso que he sido afortunada, como siempre he sido muy franca, la única vez que un pobrecito señor tuvo a bien pretender acosarme, invitándome a cenar con una botella de vino; lo vi tan viejo, decrépito y poquita cosa, pese a su posición de poder, que le contesté: ¡Oiga!, ¿Como para qué iría yo a perder mi tiempo con usted?: si es casado, me dobla la edad y es tremendamente aburrido, además de feo ¡Santo remedio!, se corrió la voz en toda la secretaría, al viejo le hicieron burla, a mi no me corrieron y, desde entonces, supe qué hacer en caso de agravio.

Desde que empecé con el blog de la Política en Rosa, he escrito cosas de todo tipo, alguna vez denuncié a un par de pazguatos aspirantes a notarios, a quienes reprendió el presidente del Consejo Directivo del Colegio de Notarios de aquel entonces, José Carlos Cañas; debido a que el par de gamberros pagaron para que alguien más presentara el examen para acreditarlo y conseguir su patente; por supuesto yo todo esto lo tenía grabado al subir la columna a diversos portales, el par de tontainos llamó a los dueños de los portales y diarios solicitando bajar la columna, pero a mí jamás me molestaron.

En todos estos años, no ha habido ningún funcionario, ni político que me reclame nada, supongo que debido a mi género no me toman mucho en cuenta, como lo hacen con otros columnistas varones, sin embargo, sí hubo un pobre desubicado que me aterrorizó durante casi 6 meses por una columna que escribí de su persona hace poco más de dos años.

El sujeto en cuestión, al cual conozco, en su exquisita egolatría machista, jamás pensó en llamarme y pedirme que bajara la columna, que por aquel entonces andaba por toda la red, el tolai afectado hizo tal desmán, que en poco tiempo el asunto se tornó en acoso y hubo un momento en que incluso pensé en denunciarlo.

Lo primero que se le ocurrió al tolai en cuestión, fue mandar a un emisario que sostenía una amistad con un familiar mío, para que este me llamara, me reprendiera y me conminara a bajar la columna… Me faltó el aire para acabar de reírme de ellos. Luego de mi negativa, el emisario visitó todos los portales en donde estaba publicado mi texto para ofrecer el oro y el moro a cambio de que lo bajaran. Gastó un dineral, sin embargo, llegó el momento en que topó con pared y hubo quien le dijo: yo no la puedo bajar, a menos que ella me lo pida. Ahí fue donde el emisario me tuvo que contactar, me armé de paciencia y  luego de escucharlo por tres horas, en las que dijo puras banalidades, le respondí: sí, ponte de acuerdo con ellos y por mí no hay problema.

Por supuesto que el emisario en cuestión, desde su posición de hombre del pleistoceno, se creyó en el derecho de aterrorizarme con llamadas, cafés y cuanta impertinencia durante poco más de una semana, hasta que bajaron la columna y dejó de fastidiar, ¡alabado sea Dios!

Tiempo después, el emisario del pleistoceno encontró que habría otra columna publicada en mi antiguo servidor y, como si él estuviera en su legítimo y constitucional derecho, me llamó de un modo por demás impertinente para decirme que querían hacer un convenio conmigo para publicar no sé qué cosa en el blog y de paso que bajara la última columna que quedaba en la red; yo no sabía ni de qué hablaba el señor, así que le dije mira háblalo con mi amigo don Diablo, anda ve y ponte de acuerdo con él.

Al tolai no le quedó más remedio que enfrentar a quien nunca quiso enfrentar una mujer. Desde su profunda egolatría y machismo hizo lo que hubiera podido hacer desde un principio, pedirme que bajara la columna. Me dio tanta pena esa incapacidad suya que de inmediato bajé la columna y le mandé bendiciones. 

En mi caso no hubo vituperios, tampoco hubo insultos verbales, ni mucho menos amenazas, pero me resulta insultante que en primera instancia recurran a un pariente mío hombre para entenderse con él, como si hablar directamente conmigo los degradara o no valiera la pena, ¡vaya gente!

Pobres, qué complicado hacen el mundo con su machismo recalcitrante y su exquisito pendejismo. 

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