#GayPride / #OrgulloGay
Aníbal del Rey
¿Sabían que junio es el mes del Orgullo LGBT+?
No sé si recuerden, pero justo el día 1 todos los perfiles de Facebook e Instagram de las empresas estaban llenos de banderitas de arcoíris y fotos con parejitas gay, inclusión por aquí y por allá, la jotería a todo lo que daba.
Ya pasaron dos semanas desde ese glorioso día donde pareciera que esa banda te dice en su idioma un “Ey, aquí no hay bronca, pásale”. No sé si lo digan en serio, si ese “apoyo” a la comunidad es con buena ondita o solamente queriendo ampliar su mercado y meter más lana; claro que quieren más lana, ¡dah! Pero sí está chido recordar que ser lesbiana, gay, bisexual, trans, intersexual, asexual, pansexual -y todas las demás letras que mucha banda se ofende al escuchar- no tendría por qué ser un pedo. Nadie tendría que luchar por ser quien es.
Recuerdo cuando era más chavito y seguía en el clóset (que estaba casi cubierto con puertas de cristal) cómo evitaba a toda costa ser quién era. Viví con algo de temor que mis cuates o familia no aceptaran mi manera de comprender el mundo, el mío. Intentaba crear un personaje que aparentara que le gustaban las chicas, coqueteaba con ellas y salí con varias niñas bien chulas, siempre he sido muy afortunado hasta para cagarla. Después de un rato (ratote) de tropiezos todo salió chingón. Decidí liberarme y abrir las puertas de mi falso orgullo para conectar con el mundo que sin broncas me aceptó. No tendría por qué haber sido distinto porque no hay nada malo en ello.
Comúnmente lo paso bien, y esta semana no fue la excepción. Fui con Eric, uno de mis mejores amigos, a un partido de beisbol en el puerto. Me regaló los boletos y me dijo que invitara a alguien, él iría con su novia. Si él iba en plan ligue, pues yo también. Invité a un chico que me late, nos hemos visto algunas veces y tenemos una química súper linda. Le encanta hablar y, ¡caray!, a mí también. Sabe escuchar y me gusta escucharlo. Es alto, trabajador, productivo y tiene el cabello teñido de morado. ¡Qué cool! Es menor que yo, eso me hace algo de ruido; pero bueno, mi mamá es once años mayor que mi papá y hasta hoy es la pareja más feliz que conozco: son súper amigos.
El caso es que a la mera hora, la novia de mi amigo no pudo ir al partido, entonces Eric invitó a otro cuate. Éramos cuatro hombres en un partido de beisbol, nada fuera de lo común. En algún momento de la vida me habría sentido progresista, dos gays en un estadio rodeados de puros heterosexuales. ¡Oh, sorpresa! A nadie le importó. Nos tomamos unas veces de la mano y ya hasta tenía el plan ideal para cuando llegara la kiss cam a grabarnos: le tomaría del rostro, me acercaría a él suavemente, una vez que nos quitáramos el cubrebocas, movería mi mano hacia su pela morada trenzada cual Kardashian en boxeadora, le daría el beso más romántico como María de Todos los Ángeles fajonéandose al Albertano… Y es que siempre he sido un cursi empedernido.
Ni un solo momento ocultamos que nos gustábamos y que íbamos en un plan diferente, medio ligando ¡vamos! Atrás de nosotros (con sana distancia) estaba un don de unos 65, 70 años con -al parecer- su hijo. Malamente pensé que alguno de esos vatos o cualquier otro del estadio nos la armaría de pedo o diría algo ofensivo. Más allá de por no llevar los colores del uniforme de Las Águilas, blanco y rojo. Yo iba de azul… Cagándola since 1986. Pues lo pensaba por el simple hecho de ser gay.
Al parecer los clichés los he construido yo y siguen viviendo entre mis demonios. A la banda cada vez parece importarle menos el que alguien sea diferente, parecen preocuparse más por sus problemas y ya están súper ocupados como para andar jodiendo a los demás… Con excepción de los del PES, esos sí quieren chingar por el puro gusto de chingar, ¡cuánto daño les habrán hecho de chiquitos!
En fin, el partido acabó y el Águila de Veracruz le ganó a los Guerreros de Oaxaca. Yo también gané: una tarde de beisbol (gratis) con mi amigo, unas chelitas (BTW, el maldito vaso con dos cervecitas que se calentaban en menos de diez minutos por el calorón tan perro que había, costaba cien pesos, ¡no tienen perdón de Dios!), unos besos bien chabochos y el recordatorio de que la muñeca Barbie tiene toda la razón: “Sé lo que quieras ser”.
Sé lo que quieras ser y selo con orgullo, sé libre. No soy nadie para dar un consejo. Solo puedo hablar a partir de mi propia experiencia y perspectiva de vida. Nunca es tarde para salir del clóset o para besar a tu pareja en público. Recuerdo cómo mi ex temía el solo abrazarme si había alguien más cerca, y eso que él no estaba en el clóset. Es mayor que yo, tal vez no vivió la misma gracia que tenemos las generaciones más recientes, donde nada es tan anormal o normal como parece.
Los tiempos cambian. Anhelo tanto que llegue el día en que no sea necesario usar etiquetas, que no debamos festejar el orgullo gay como una forma de protesta sino como puro placer; espero el momento en que ninguna persona trans sea bulleada, golpeada o asesinada; deseo con toda el alma que llegue el día en que como comunidad no tengamos que exigir los derechos que simplemente nos corresponden como mexicanos y, sobre todo, como humanos. Deseo plenamente que la política no deseche los temas LGBT+ sólo porque “hay problemas más grandes”.
Quiero tantas cosas y espero que llegue el día en que las veas todas concretas. También quiero comer sin engordar, que me crezca el nepe tres centímetros, viajar gratis por el mundo y un novio tan alto que yo, y si puede un poco más. Quiero que no exista la desigualdad. Quiero ganar Miss Universo y presentarme “Buenas noches, soy Aníbal, digno representante de la tierra del petróleo y los tacos con crema, Poza Rica. Me apasiona la fotografía, el sexo sucio y la ropa muy limpia. Admiro a Sofía Vergara en “Modern Family” y los logros de Marie Curie. Mi mayor anhelo en la vida es que reine la paz mundial”.
Y entre tanta palabrería, también quiero que no haya en ningún rincón del planeta niños o niñas que sufran por ser parte de la comunidad LGBT+. Porque aún con todas nuestras diferencias, claro que somos iguales.
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