Carta
Aníbal del Rey
IG @anibaldelreymx
¡Cómo ha pasado el tiempo, qué velocidad tiene al avanzar!
Aún sigues grabado. Estoy sano, pero no te olvido. Tu forma de amar y esa manera tan auténtica de llegar al corazón, de decir lo que necesitaba escuchar, de hacerme entender lo que no quería aprender, esa caricia tan especial que no conocía la piel, llegaba al alma; decía más que la vida misma.
Hoy tan lejano apareces, sin mirarnos a los ojos o decirnos un saludo. Hemos crecido, cada quien en su camino. Perdiendo un par de veces la dignidad, encontrándola, encontrándonos. Los altibajos han causado estragos, nos han mostrado el amor de formas diversas. Esta carta debería ser para mí, pero resulta para ti, por esa manera tan sutil en que dibujaste nuestra historia, estudiando a destiempo y apelando a las edades, a los años que eran nuestros y permitimos apartar, decidimos ser el uno pero siempre en dos, concluimos en dos que hicieron que tres o cuatro llegaran a la suma de los amores. Decidí.
Resulta que soy fuerte, resulta que tú también. Batallas sorprendentes que hicieron olas en cada uno de los ambientes, conservamos y llenamos de fauna cada una de las biósferas que pisamos, amamos al cielo entero y nos devolvió lluvia, ligera en su inicio, divertida por demás. Tormentas y diluvios. El agua nos empapó y nos destapó, cada una de nuestras verdades, totales y etéreas.
Aunque hablo constantemente de la sanidad, del desprecio a las quejas, de eludir, escupir y detestar el lado oscuro, hoy me abrazo. Me apapacho desde el cansancio y tu recuerdo, mirando hacia el retiro y la paciencia. Conciencia. Incoherencia.
Bendigo nuestro día primero, ese momento donde tu sonrisa fue la mejor de las cátedras, espacio abarrotado, entes gritones y ágiles que dejaron silencio en mi vacío. Tu magia evocando alientos de futuro, preguntas que intentaba responder desde mi cielo, desde aquella voz corregí mi postura, conseguí no forzarme, disfruté el esforzarme para que descubrieras mis sonidos, mis manos y cada uno de mis talentos. ¡Cuánta belleza!
Esa primera noche que se convirtió en mañana, la misma que nos regaló pereza y codicia. Fiesta que dibujó nuestros defectos de la manera más mórbida, lo inmoral se hizo real. No importaba nada, nuestros pies rozándose dominaron con protagonismo. Tu pecho perfecto, mis manos aladas sofocándote. El tiempo parecía agotarse haciendo erosión entre tu aliento y el mío. No bastaron nuestros sueños, precisamos del poder -quizá- fortuito de los labios, aullidos de luna que desataron jaurías. El inicio.
Cautivado y cautivo, serenamos el pasado y extendimos el futuro, hoy ya atrás. Decidimos y comimos de las señales constantes, memoria muscular que fortalecía nuestros pasos. Corrimos juntos, corrimos a destiempo. Días de gloria.
Olvidamos olvidar las expectativas, necesitábamos más, el cielo no era el límite. Pasaron los inviernos y después del último conocimos el infierno, no es tan terrible. Duele un poco, pero no te mata, ya estás dentro.
Al salir, la vida es diferente. Una vez afuera la destrucción precisa rebelión, dibuja anarquía y somete a los recuerdos mismos. Los días abaten a las noches y las memorias encuentran la manera de empujarte en modo aleatorio, temible cual ebrio sin equilibrio, parecía caer… Olvidaba que hablaba de mí.
Unos días son ágiles, otros llegan con sorpresas, están los que no terminan y los que desearías que no concluyeran. Están los amores ancla y aquellos que son balsas ligeras, están los indestructibles y los que creíamos un transatlántico. Al final estás tú, al final estoy yo, cada uno firme. Apoyándonos en el cimiento propio, donde estábamos al inicio, cada uno en sí, y así listo para sostener al mundo.
Aquí afuera se está libre, de uno mismo y del universo. Abrir el corazón con la sinceridad del yo es recibirse entero, es ser fiel a uno mismo. Lealtad y calma. Ser yo se siente bien. No olvidarte me da paz. Hoy no eres herida. No lo eres más, eres agradecimiento y conocimiento, fuiste luz y tal vez hasta guía, maestro, graduado y condecorado. Hoy eres sonrisa en mi voz, casi como esa primera vez. Hoy no grito tu nombre, lo aplaudo.
Esta semana me despido dándome las gracias. Por cruzar cada destino, por aun no concluir el camino. Agradezco por mis cielos, mis tormentos. Soy paz con las decisiones y me encantan las conclusiones. Hoy quizá me he retrasado, no hay prisa, solo soy yo, mis pies y la vista lejana, sin tensión, sin presión.
Hoy pido que te agradezcas. Aunque tengo claro que para gracias, las mías.