Seguramente pensarás que mi historia con los postres se remonta a aquel momento en el que horneaba galletas con mi abuela o mi madre pero no, esta historia no es así, ni mi abuela horneaba conmigo ni a mi madre le gusta nada que este relacionado con tener que pasar tiempo en la cocina. Eso sí, todas las mujeres en mi familia tenemos un gusto enorme por disfrutar de una buena comida y en mi caso, de un buen postre también..

Desde que tengo memoria siempre he tenido fascinación por los dulces. Era de esas niñas a las que les entusiasmaba que llegara su cumpleaños para poder comer pastel, dulces y romper la piñata, la que se entusiasmaba porque llegara Día de Muertos para salir a pedir dulces, me molestaba que me dieran dinero en vez de dulces, ¡que ingenua! Aún no me percataba de que con ese dinero podía comprar mas dulces

Como cualquier niña hacia algunas travesuras, en su mayoría relacionadas con conseguir dulces, ¿cómo cuales? Bueno, te daré un pequeño ejemplo, puesto que como esta historia tengo muchas. Verás, cada año en mi cumpleaños había una caja llena de dulces para la piñata y esas bolsitas de dulces que se entregan a cada invitado que asiste a tu fiesta, dicha caja debía comprarse 2 veces, y no porque así estuviera planeado sino que siempre me comía los dulces antes de la fiesta; a escondidas por supuesto. En una ocasión a mi mamá se le ocurrió poner todos los dulces dentro de la piñata para que no me los comiera, ¡gran error! Puesto que no contaba con que me comería los dulces y devolvería las envolturas al interior de la piñata para que nadie se percatara de que me los estaba comiendo, plan que funcionó bastante bien he de mencionar, hasta que llegó el día de la fiesta y al momento de partir la piñata cayeron únicamente envolturas de dulces. Tremendo momento bochornoso en el que metí a mi madre, afortunadamente para todos los asistentes aún habían bolsas de dulces que mi mamá comenzó a repartir de inmediato y afortunadamente para mi, era mi cumpleaños, así que el regaño no fue tan grave (y eso si es que hubo, porque de eso no tengo memoria)

Para este momento te habrás dado cuenta que mi gusto por los dulces iba en serio, hasta ahora era solo eso, este gusto por comerlos y descubrir nuevos postres que probar. Porque claro, cada que yo veía un nuevo postre anunciado en la televisión o exhibido en los estantes del súper, yo quería probarlo; y mientras mis compañeros de escuela ya comenzaban a pedir ropa o teléfonos celulares en navidad, yo pedía el juego de pociones y gomitas de Harry Potter. Aunque bueno, como la mayoría de las niñas de mi generación, tabien quería tener el microhornito. Fue el juguete que estuvo siempre en mi carta a Santa hasta que llegó esa navidad en la que Santa finalmente me trajo el microhornito. Y que maravilla! Porque ahora había descubierto que no solo podía comer dulces y postres sino que también era posible hacerlos en casa (esto dicho desde un punto de vista demasiado optimista ya que debo reconocer que todos los pasteles que hice en mi microhornito eran terribles, de un aspecto atroz y que mi familia seguramente los probó porque me querían mucho) En fin, que durante mi adolescencia y temprana vida adulta continué con ese gusto por los postres y pequeña curiosidad por hacerlos, con muchas recetas fracasadas que solo tenia el valor de probar yo, ya que no me atrevía a compartirlas (pero debo reconocer que me gustaban aunque pensaba que era probablemente porque yo misma los había hecho y llevaban ingredientes que a mi me gustaban así que tenia sentido que a mi parecer, tuvieran buen sabor)..

Mi hermana y yo compartimos el gusto por viajar y afortunadamente nos entendemos bien cuando viajamos juntas. Disfrutamos de ir a museos, a teatros, ir de compras y para mi fortuna, cada que viajamos ella acepta esa excéntrica lista de restaurantes y platillos que busco antes de viajar a los cuales quiero ir a probar diferentes tipos de comida y por supuesto, postres. 

Hasta ahora todo era como un pequeño placer que tenia por probar y conocer postres, seguía creyendo que era bastante mala en elaborarlos pero tal era mi curiosidad que mi madre me regaló un curso en repostería, que agradable era hacer postres casi todos los días, sin embargo sentía que no eran esos postres que tanto me gustaran. 

Continué con mi camino y vaya que la vida es muy incierta, tiempo después estuve estudiando en Colorado durante 6 meses, mi programa era demasiado demandante, tan demandante que ir al súper se convirtió en una de mis actividades anti estrés favoritas, y ¿cómo no? si de todos modos tenia que ir a comprar comida para alimentarme pero era un momento en el que no sentía culpa por no estudiar o estar haciendo tareas, poco a poco esas idas al súper se fueron volviendo un poco mas largas, pasaba mas tiempo en los pasillos de galletas, cereales, panaderías del súper mercado observando con increíble curiosidad la gran variedad de productos que habían, quería probarlos todos, y bueno, la verdad es que si probé muchísimos. Cerca de las fechas a finales de mi semestre cada vez tenia un poco mas de tiempo libre, porque claro además de ser súper curiosa también era bastante matada con la escuela así que para fin de semestre tenia ya prácticamente todos mis trabajos finales realizados antes de tiempo. Y ¿qué hacer con todo el tiempo libre que me quedaba? Si estaba acostumbradísima a tener todas mis horas ocupadas. Pues comencé a hacer postres y hornear pasteles para mis amigos y fue allí, en ese pequeño pueblo llamado Fort Collins al cual fui a estudiar algo que no tenia nada, absolutamente nada que ver con la repostería en donde descubrí cual era mi verdadera pasión y no solo eso, sino que además también era buena en ella y que a la gente le gustaba lo que hacía. ¡Vaya sorpresa!

De vuelta a Xalapa, comencé un trabajo de oficina, era a lo que estaba acostumbrada pero cada tarde continuaba horneando diferentes postres como brownies, galletas, panqués, natilllas, etc. que al día siguiente llevaba a la oficina para compartir con mis compañeros de trabajo.  Para mi tener ese momento para hornear por las tardes era lo que daba sentido a mis días, era como un auto abrazo, me permitía desconectarme un poco de esa melancolía que tenia por haber vuelto, pues es cierto que extrañaba mi vida Colorado. Mi hermano siempre me ha enseñado que todas las emociones son buenas, todas nos muestran algo y en este caso, que fortuna que permití que la melancolía y la ansiedad transitaran por mi vida en ese momento, porque de no haber sido así, no habría continuado horneando todas las tardes cuando recién volví.

Un día en la oficina mi jefe, cansado de verme regalando postres casi todos los días me dijo: “Tu no ves el potencial que tienes aquí y yo además de verlo, noto que realmente te gusta. Deberías venderlo! No me importa lo que tengas que hacer hoy, voy a preguntar quien quiere galletas y se las vas a vender” yo confiada en que quizás solo algunos compañeros pedirían unas cuantas galletas solo por ser amables conmigo dije que sí. Unos minutos mas tarde mi jefe volvió y me dijo “Aquí esta la lista de galletas que pidieron, son para mañana. Sales a la misma hora de siempre, tu ves como te organizas”  Eran mas de 70 galletas, se que no sonará como una gran cantidad pero en ese momento tenia un pequeño horno en el que solo podría hornear 5 galletas al mismo tiempo. Esa tarde horneé todas las galletas que me habían encargado y así poco a poco fue como comencé mi pequeño negocio de repostería, vendiendo postres en mi oficina, gracias a un jefe que vio el potencial en mi que yo no había visto y me dio ese pequeño gran empujón, gracias a una familia que me heredó el gusto por comer, a una hermana que me acompaña en mis aventuras culinarias, un hermano que me alienta a sacar provecho de todas mis emociones y claro, una madre que ha aguantado todas mis travesuras y experimentos en la cocina.

Gabriela Diez Gutiérrez