| EL GOBERNADOR CUITLÁHUAC

@pablojair

Quizás Cuitláhuac García Jiménez no fue el gobernador más popular o el más “político” dentro de lo que estábamos acostumbrados a ver como “políticos” y gobernadores en Veracruz.

Por ejemplo, no es tan elocuente en el discurso como otros mandatarios que por años dijeron prepararse para convertirse en gobernadores, haciendo carrera política en diversos puestos. A Cuitláhuac, como vimos, rara vez se le da eso de echarse choros mareadores en eventos, donde acaso toma el micrófono por unos minutos y ya.

De hecho, se recuerda que en una conferencia de prensa el gobernador fue franco y honesto cuando dijo a los periodistas que él no pretendía ser gobernador. Que él se considera tropa de la Cuarta Transformación, pero que nunca pasó por su cabeza la idea de convertirse en la máxima autoridad civil en el estado, uno de los más importantes del país, así como de los más complejos.

Desde el inicio de su sexenio imprimió su sello y no se complicó mucho; sólo tenía que hacer lo contrario a lo que en el “manual de la política” en Veracruz nos recetaron con 100 años de PRI y dos –que pasaron sin pena ni gloria– de un priísta disfrazado de panista llamado Miguel Ángel Yunes Linares.

Para muchos (especialmente para las generaciones de viejos “políticos”, “vacas sagradas” del periodismo, grupúsculos de “intelectuales” y vividores del gobierno) era impensable que existiera otra manera de gobernar.

Era tan risible el asunto que evocaban —seguro hasta lo invocaban con güija— a Fernando Gutiérrez Barrios como el baluarte del excelente “gobiernismo”, cuando Don Fer apenas estuvo dos años en Palacio de Gobierno, un rato en Gobernación y de ahí lo mandaron a la Reserva Nacional de Talentos, con todo y que había sido en el pasado oscuro del PRI una pieza clave de ese periodo llamado Guerra Sucia. (Algo similar le está pasando a su pupilo Manlio Fabio Beltrones).

A muchos les daba el patatús de Doña Florinda, por ejemplo, cuando el mandatario los ignoraba o simplemente no les hacía caso, aún sin tener un peso específico o autoridad moral ante la sociedad. Mínimo una representación social auténtica.

A esto debe sumarse un fenómeno que volvió a ocurrir en las pasadas elecciones del 2 de junio: a la llegada de Cuitláhuac varios se quedaron como absortos, sacados de onda, acostumbrados a que regularmente siempre era los mismos personajes de la clase política con quienes tratar para sobrevivir al sexenio; siempre estaba el tío “Hetor” o un Pepe Grillo o cualquier chichifo seudopolítico incrustado en la administración; gente que no ha querido retirarse de la política o la administración pública, algunos en más de 40 o 50 años.

Desde un inicio hubo muchas críticas sobre que el gobernador no visitaba las cabeceras municipales o anunciara obras faraónicas en ellas; al contrario, se abocó más a las comunidades y a proyectos para beneficiarlas. De eso puede dar cuenta su personal de Ayudantía: en un ratito el góber puede visitar por carretera hasta 15 comunidades, sin tener una agenda previa.

¿Y por qué no se visitaban antes a las comunidades? Porque para el PRI no era importante. Se apoyaban en el voto corporativo de sindicatos, de caciques, de organizaciones afines; para ellos la votación era en las grandes ciudades y no en congregaciones, porque ya daban por hecho que tenían controlado ese voto. Ahí fue donde la 4T encontró su nicho.

De hecho, creo que uno de los éxitos de Cuitláhuac es que mantuvo los pies en la carretera. Hubo momentos donde viajó en ADO como cualquier ciudadano, pero luego debe haber entendido que también es gobernador del estado y no podía exponerse así por seguridad.

Aún así, el mandatario prefirió mejor viajar por tierra en todo la entidad… y no tenía de otra: el gobierno tenía que entrar en una profunda austeridad porque no había lana y el combustible para aeronaves sale muy caro.

(Por cierto, ojalá antes de irse se arreglen varias carreteras que están llenas de hoyos o por lo menos apriete a la dependencia federal encargada; lo atestiguamos hace poco viajando a Xalapa, Veracruz y Córdoba; de ahí hasta Minatitlán y de regreso).

Tampoco es que Cuitláhuac tuviera mucho margen de maniobra al empezar su administración: desde los tiempos de Miguel Alemán Velasco como gobernador, el Gobierno del Estado arrastraba una deuda millonaria que nadie quería pagar y crecía como bola de nieve. El asunto se agudizó en tiempos de Fidel Herrera y Javier Duarte, donde además creció —por mucho— el poder de la delincuencia organizada.

Para acabarla de joder, Cuitláhuac llegó a gobernar sin un peso en caja, porque —lo ha repetido en varias ocasiones— le vaciaron las cuentas poco antes de que tomara posesión.

Cuitláhuac entró así: sin dinero, con obras abandonadas a medias y un estado descompuesto en materia de seguridad. Los principales problemas del estado.

A eso se añadió una poco sutil campaña de ataques de gente identificada con el herido Yunismo (desde la derrota de Miguel Chiquito en 2018 hasta la paliza que les dio la morenista Rocío Nahle en junio de este año). Cuitláhuac tuvo que soportar embates y aprender sobre el camino; entender quiénes eran aliados, quiénes sólo buscaban beneficio económico y quiénes sólo fingían comulgar con el ideal de la 4T. Tuvo que hacer de tripas, corazón.

Quizás el gran error fue haber confiado en Eric Cisneros para otorgarle el cargo de secretario de Gobierno; no obstante, era necesario tener un “rudo” en el sistema para apretar, hacer las chambas sucias que alguien tiene qué hacer. Se puede decir que el cuenqueño fue un fenómeno que logró controlar la política interna del estado en poco tiempo, pero le ganó el ego cuando quiso plantar su bandera en un proyecto en el que ya no tenía cabida, especialmente por sus arranques, rebases, aceleres y traiciones.

Con todo y que tenía enemigo en casa, el proyecto de la 4T en Veracruz prevaleció y debe decirse que eso es en gran parte a la popularidad, al colmillo y la terquedad de un tal Andrés Manuel López Obrador.

También fue de risa (gracias, en verdad, por la comedia involuntaria) que varias veces se quiso expandir el chisme de que AMLO estaba muy enojado con Cuitláhuac, que lo iba a remover del gobierno en pocos meses y que estaba arrepentido de hacerlo gobernador… Hoy, a más de 5 años y pelos, nada de eso era verdad. De hecho, Cuitláhuac se puede decir que es de los mandatarios más cercanos al todavía presidente de México, por el especial cariño que AMLO le tiene a Veracruz.

Debe decirse que si bien su antecesor Yunes Linares se hizo disque a la sombrita y no atacó frontalmente al mandatario estatal, en realidad sí lo hacía a través de medios afines o personajes ligados a él. Al cierre del sexenio le ganaron las ansias y el protagonismo cuando creyó que reapareciendo en tiempos electorales iba a ayudar mucho a su sobrino peroteño Pepe para buscar la gubernatura, pero en realidad terminó por hacerlo caca con su guía y consejos.

“Haiga sido como haiga sido”, los ataques a Cuitláhuac sólo quedaron en un mediano círculo rojo mediático, muy ruidoso, pero que no permeaban a la población, al nicho de la 4T.

Aparte Cuitláhuac tuvo algo que quizás pocos gobernadores tuvieron: sentido común. No se iba a desviar en temas mediáticos cuando los adversarios querían plantarle la agenda, a sabiendas de que desde Palacio Nacional tenía a un tal AMLO dictando los temas del día y dirigiendo la orquesta, ya curado de ataques por más de cuatro décadas. Él tenía un estado que gobernar, administrar y ya.

Tampoco se le debe restar mérito a Cuitláhuac. Creo que una persona que le sabe mucho a las matemáticas ya son genios en sí, porque hablan un idioma que muy pocos entendemos y en esa dinámica también está el secretario de Finanzas, José Luis Lima Franco: ven la realidad distinta, más allá de los apasionamientos políticos.

Dicen que el poder marea a los inteligentes, pero a los tontos, los enloquece. Al menos en apariencia, el hoy gobernador saliente parece no haber sucumbido a los excesos, a los lujos; mantiene una vida sencilla, discreta. De haber viajado a escondidas a un lugar paradisiaco y ostentoso en el extranjero, o comido en un restaurante Michelin de pinche mil estrellas, la “inteligencia” de los adversarios seguramente le habría hecho un escándalo.

En resumen, quizás no tuvimos al gobernador perfecto o al mejor de todo el país. Creo que todos tienen errores, algunos más y otros menos, pero no todos tienen la dicha y el privilegio de gobernar un estado como Veracruz: muy complejo, extenso, muy variado en su sociedad, abundante en recursos naturales, con climas diversos.

Tampoco se puede decir que sea una tarea fácil cuando se vienen arrastrando problemas que hicieron raíz muy profunda, como el caso de la deuda y la inseguridad (el tema del narco, por ejemplo, es mucho más añejo y no reciente). Tal vez por eso Cuitláhuac pensó, antes que todo, en detener ese problema financiero al que nadie quería hacerle frente. En el caso de seguridad todavía hay pendientes: hay uno que otro malandrín en el sur de Veracruz que se aferra a emular al difunto aspirante a cacique Cirilo Vázquez Lagunes.

Cuitláhuac bien pudo haber tirado la toalla, decir “¡Al carajo!” y pedirle a AMLO que lo hiciera embajador en Cuba, pero aguantó. Perdió hasta a un amigo en la carrera: el secretario de Salud, Gerardo Díaz Morales, a quien le dedicó unas lágrimas cuando hicieron su homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Gobierno.

Cuitláhuac aguantó y continuó, lo que no es fácil para cualquiera que presume estar preparado para gobernar o servir en un gobierno de seis años.

En este sentido, hay sólo dos sopas para explicar la avasalladora victoria a favor de Morena, el partido de Cuitláhuac, el pasado 2 de junio: una, no fue un mal gobernador; y dos, la gente no olvida el pasado reciente que jodió a este hermoso estado.

En lo personal creo que Cuitláhuac no fue un mal gobernador, porque eso se hubiese reflejado fácilmente en las urnas como voto de castigo. Aparte la gente no es tonta: volver a darle el voto de confianza a los mismos de siempre sería como pegarse un balazo en el pie.

Como sea, Cuitláhuac García Jiménez llega a sus últimas semanas, a su último informe de gobierno. Se sabe que el tema financiero y de obras serán los que más destacarán en su discurso. Otro de sus logros, el político, es haberle ganado a los estridentes anti4T en dos ocasiones: en 2018 y 2024, con todo y que creían no iba a poder sostener al estado e iba a perjudicar a la gobernadora electa Rocío Nahle.

Creo que es el estilo que nos deja Cuitláhuac para la historia de Veracruz: el de un ingeniero que no quería ser gobernador pero que ganó la elección, aguantó a todo ese club de la nostalgia que añora el pasado, gobernó de manera diferente, sacó adelante obras, saneó finanzas y salió limpio, sin nada hasta el momento que le encontraran para decir que merece cárcel o desprecio público.

Sí, un Cuitláhuac que seguramente andará de nuevo por las calles como si nada, tal como inició su camino a la gubernatura. Ahí donde la realidad es distinta a la que nos quieren pintar.

No se sabe hasta el momento qué cargo podría tener, pero se sabe que ya está invitado al gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum. Este autor le recomendaría unos meses de descanso como hacían los políticos de la vieja guardia, pero con eso de que en la 4T hacen todo al revés, no se duda que el “inge” ahí andará chambeando dentro de poco para seguir el ritmo de lo que llaman la segunda etapa de la Cuarta Transformación.